Oh belleza

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 Tenía 13 o 14 años cuando leí La Muerte en Venecia de Thomas Mann, una edición de 1930 editada por Zig-Zag, la misma que tengo ahora frente a mí. Por algún motivo de seguro relacionado con mi sentido del humor convertí este libro en un regalo para el día del padre de 1997, de seguro encontraba muy divertido acercar a mi padre a los sentimientos de deseo y adoración de un hombre maduro por la belleza de un joven mancebo.

En algún momento traje este libro a Santiago y hace muy poco estuve a punto de botarlo. Eso, hasta que mi amigo Juan Manuel reparó no sólo en la dedicatoria adolescente y chistosa: “Al viejo gay de mi padre”, sino también en el recorte de una revista, que seguramente puse ahí la primera vez que leí el libro, se trata de una foto de Milla Jovovich cuando tenía 17 años, al menos eso dice el texto que la acompaña.

 Casi me desmayé por la coincidencia de que precisamente esa novela llevara ese recorte, hecho por mí hace la friolera de 15 años. Yo niño, admirador de Milla, su mirada de niña enterada y la belleza desproporcionada que la rodea, sumadas al delirio de Gustav von Aschenbach, por el joven Tadzio me hicieron convertir esta edición que estaba listo para desechar en un talismán que me unía al niño que fui y que creía en esa la misma belleza objetiva y artística en la que decía creer Aschenbach en la novela, que se supone es un avatar de Gustav Mahler.

Seguramente, si la humanidad llegara a vivir mil años más, la belleza no sería más que una nota al pie en la historia del arte. “La belleza será convulsiva o no será” escribió André Breton en 1924 para cerrar su primer manifiesto y darle carta de identidad a algo que artistas como Odilon Redon habían creado mucho antes de que el mismísimo Breton naciera y que aun tiene gran presencia en la cultura popular y en autores como Cormac McCarthy, de quien recientemente leí Child Of God, una novela emparentada con William Faulkner y a la cual difícilmente alguien llamaría bella.

Si decimos que la belleza se relaciona estrictamente con la experiencia estética del sujeto que la nombra, estamos eliminando el conflicto político que plantea la existencia de la belleza, el fascismo implícito de conversaciones donde se dicen cosas como: “Es que los chilenos somos feos, pero al menos no tanto como los peruanos”. La belleza existe en el reino de la uniformidad y la segregación. Tengo que decir que cuando vi los primeros pokemones me alegré, ahora detesto su uniformidad diferente, su terrible adolecer segregante.

 Hoy vi la inauguración de los juegos olímpicos, vi una coreografía donde los niños eran protegidos por unos dos mil tipos ejercitando posturas de un arte marcial del cual nunca escuché nada ni vi película alguna, luego aparecieron otros dos mil tipos que abrieron unos paraguas que llevaban impresas fotos de dos mil niños distintos, entonces pensé brevemente en el Tíbet y de pasadita me acordé de Leni Riefenstahl y su película Olympia, donde se celebra el poder del cuerpo humano con el objetivo de hacer propaganda nazi, pero que gracias al atleta negro Jesse Owens se convierte en una afirmación de igualdad, la única belleza en la que creo.