La Instructora de buceo |
Por OLIVER KNUST Estaba viendo cómo mi mejor amigo perdía la virginidad con mi amor platónico de las vacaciones.
Días de playa eternos. La carpa en la orilla, durmiéndose tarde, despertando temprano. Yogur con fruta, alguna pelota, ranasurf, danky nogatonga y en el agua todo el día. Pero ese año había otra cosa que nos tenía inquietos: las vecinas. Siempre habíamos joteado desde el primer día, pero ahora ya era en serio, teníamos 16, ya no éramos pendejos, había que descartucharse ahora y el escenario era perfecto. Nuestras contemporáneas escolares estaban bastante bien, y las conocíamos de veranos anteriores, pero nuestra atención la acaparaba una instructora de buceo. Memorizamos sus horarios y la íbamos a mirar cuando se paseaba por la playa. Tenía unos cinco años más que nosotros. Morena con un tatuaje en el hombro, ojos verdes enormes, todo el día en bikini con unas tetas deslumbrantes. Yo fantaseaba con algún tipo de acercamiento sin mucha esperanza; pero según el Dani nos miraba, que la había cachado varias veces. Según yo, eran otras ligas, mejor no perder el tiempo. “Vay a ver hueón”, me dijo. Le pegué un combo fuerte en el brazo, salí corriendo y me tiré un piquero contra una ola que reventaba. Un par de días después estábamosa a los pies de la duna, listos para “ver la puesta de sol”, que en verdad era subir en patota a fumar hierba que uno del grupo le había sacado a su papá en Tongoy. Cuando en eso, veo caminar hacia nosotros a la instructora sexy. El Dani me mira y ríe en un movimiento rápido. La chica llega directo donde él, lo saluda y le pregunta si tiene papelillos. Tenía, era el único que sabía rolar. Le da uno y la invita a una fogata que “íbamos a hacer” en la noche. La chica acepta encantada y se ponen de acuerdo. Yo no podía creerlo. Una jugada redonda y más encima, ahora había que hacer una fogata. Que hijo de puta. Ya de noche, nos juntamos en el minimarket, compramos vino en caja, partimos a cortar palos y prender el fuego. La llama estaba grande, había ambiente y empezaba a correr el vino. En la guitarra sonaba el playlist completo de los 90s (incluso nos la arreglabamos para tocar Rage versión fogatera). Desde la oscuridad se fue asomando una cara morena con unos ojos de gato que pude ver antes que la alumbrara el fuego. Era la instructora, con un pañuelo en la cabeza, la piel aun más morena alumbrada por llama, todavía más rica de lo que se veía de día. Estaba impactado. Se incorporó fácilmente al grupo, empezamos a conversar, reírnos, cantar. La instructora se llamaba Annie, era de Iquique y andaba viajando desde los 17, cuando se fue de la casa de sus papás. Ahora tenia 21, una mujer hecha y derecha para nosotros. Hablaba de ácidos, fiestas rave, todo un mundo desconocido y fascinante para nosotros. Yo la escuchaba con atención y le hacia preguntas. Definitivamente las escolares eran para los loser, estas eran otras ligas, donde uno podía tener sexo y me di cuenta que habían opciones de jugar ahí. Cuando termino mi teorema y decido aplicarlo, levanto la vista y el Dani ya estaba en eso: tenían los pies descalzos al borde del fuego, y se rozaban. Este hueón siempre había sido mas rápido que yo. Veníamos del sur, donde arrasó en la disco mientras yo daba vueltas, sin saber qué hacer. Siempre le eché la culpa a mi cara de niñito cuico rusio, el Dani era negro, más corpulento y con dos copetes el centro de atención. Los veo de nuevo y ya se estaban agarrando las manos. Todos nos mirábamos insinuando “cómo la hizo este hueón” “que hueón mas rajuo” etc. Yo no opinaba, estaba celoso, envidioso, enojado. Me dediqué a cantar hit`s metaleros versión fogata hasta que las palabras maduras de Pablo nos hicieron abandonar locacion, con la intención de dejar solo a los tórtolos. Nos fuimos retirando disimuladamente, pero cuando íbamos bajando la duna se me ocurrió una idea. Varias veces habíamos utilizado el viejo truco de espiar en fogatas ajenas. Uno se puede acercar a un metro y no lo ven en la oscuridad. Así que se lo propuse al Chico, y volvimos. Tomamos precauciones. Cuerpo a tierra, comenzamos arrastrarnos y cuando estábamos a punto de asomarnos, al Chico le vino un ataque de risa. Yo lo callé con extrema seriedad, diciéndole que no nos podían ver, pero sí escuchar. Se puso la mano en la boca y se calmó. Nos empezamos a asomar, muy lento, poniéndole suspenso al asunto. Cuando por fin logramos ver, quedé helado. Al Chico le volvió el ataque de risa y me pegaba. Yo seguía callado, impactado. Annie estaba encima del Dani totalmente desnuda e iluminada por la luz de la fogata. Se movía y jadeaba. El Dani miraba hacia arriba con cara de desconcierto. Nosotros mirábamos en silencio. El Chico decidió avanzar a una distancia desafiante. Estaba viendo cómo mi mejor amigo perdía la virginidad con mi amor platónico de las vacaciones a dos metros de distancia. Seguí atónito mirando, hasta que el Dani aprieta fuerte los brazos de Annie y ella se deja caer arriba. Habían terminado y nosotros empezábamos la sigilosa retirada arrastrándonos por la arena. Ya de camino a la carpa prometimos nunca contarle a nadie. Al otro día desperté y salí disparado de la carpa muerto de calor hacia el quitasol en la playa. Cuando dejo de encandilarme veo al Dani sentado mirando el horizonte. No sabia como encararlo. Si felicitarlo, preguntarle o hacerme el hueón. De lo que estaba seguro, era que él no estaba contento. Más bien afligido, con una cara de preocupación terrible. Era un hito importante, pero uno debería estar contento, o emocionado. Bueno, la cosa es que le pregunté. Me cuenta que “culió” con la Annie, y que no usó condón. Yo le empiezo a hacer preguntas estúpidas, como si no supiera. Pero él no me responde y vuelve al tema del condón. El resto del día fuimos a la playa, yo notaba al Dani preocupado, pero no tenia muchas ganas de que se le pasara. Encontraba que le ponía mucho color. Se había tirado a la mina mas rica de la playa y si eso era un problema, yo quería tener un montón. A la noche siguiente nos fuimos a un carrete en Tongoy. Invité a Annie sin preguntarle a nadie. El Dani estaba incómodo, decía que podía tener sida. Yo estaba definitivamente celoso y no con muy buenas intenciones. En la fiesta me encerré en el baño con ella. Me la hubiera tirado si hubiese sabido cómo. Nos fumamos un caño y salimos al rato. Luego nos fuimos a la playa y corrimos un rato hasta que nos alcanzo la camioneta. El Dani iba atrás con una rostro terrible pegado en la ventana empañada. No me importaba, estaba enamorado, era oficial. Nos metimos al auto y nos fuimos a acostar. Tenia que dormir con el Dani en la misma diminuta carpa, primera vez que me molestaba. En dos días nos íbamos. El camping estaba casi vacío. Caminamos de nuevo en patota por los mismos lugares tratando de absorber un poco del verano que se nos terminaba. Me acuerdo de las caras arriba de la duna, caras inocentes que peleaban por dejar de serlo. El cariño y lealtad que sentíamos en esa época por los amigos fue algo demasiado potente. Prometíamos que la amistad era lo primero y que los amigos durarían para toda la vida. Sin embargo algo había cambiado. Yo lo sentía, el Dani lo sentía. Desde entonces, las mujeres tendrían ese poder devastador sobre nosotros. El verano siguiente invité a mi polola. | |||||||||||||||||||||||||||||
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