Por JAVIER SANFELIÚ Newton está bajo un árbol pensando y le cae una manzana en la cabeza. El resultado final es la ley de gravedad, pero sin embargo vaya que es bonito que le haya caído en el mate algo que lo hizo ver la luz. Un accidente ridículo que se transforma en un mito.
Cuentan que Stanley Kubrick jamás hizo que Peter Sellers repitiera una escena, y que incluso era al único al que le preguntaba si estaba bien. Uno de los cineastas más valorados de la historia idolatraba a Peter Sellers, uno de los mejores comediantes. Y claro, podríamos decir que Kubrick era un obsesivo, y que Sellers también sufría esa patología. Se admiraban mutuamente. Y se reían de todo lo que hacían. La mujer de Kubrick dijo en un documental que nunca lo vio reír más que cuando filmaron Doctor Strangelove. Embobado con los personajes de Peter.
Julio Cortázar tenía una pieza donde nadie más entraba, ni siquiera su mujer. Tenía una trompeta que tocaba mal, recortes, discos de jazz y un sinnúmero de objetos con los que conversaba. Se fue de viaje cuando sabía que su mujer tenía una enfermedad terminal y jugaron toda la carretera. Vicente Huidobro fue corresponsal de guerra y entró a Berlín con los aliados. Aseguraba que el teléfono que portaba era el de Adolf Hitler. Para bien o para mal, falso o cierto, buena la talla. Algo ocurre en ese lugar donde el absurdo emerge como un relámpago o más bien, como un trueno. Los relámpagos están más cerca de las iluminaciones y los truenos al escándalo. Y las idioteces, las bromas, la estupidez, es un trueno. Mete un ruido que se mezcla con las carcajadas o con un largo de asombro. Algo ocurre, algo nace, algo genera una curva cerrada en la aplastante realidad. Benditos aquellos que se topan con esas curiosas tronaduras del día y que hacen menos plana la pasada por acá. El amor es también una inigualable estupidez. Por química o bien por la idea del amor, uno realiza una cantidad de idioteces sin nombre. Se pone torpe, dice brutalidades, piensa pelotudeces, se deja llevar por una ensoñación idiota, y cuando resulta eso que imaginabas, crees que estás en el paraíso. Y a veces es todo lo contrario. Es sólo el comienzo de una debacle sin nombre. En la Real Academia Española si uno pone estupidez y busca los sinónimos de ella, entre necedad e idiotez está la simpleza. Al menos en el diccionario de internet. No me digas que eso no es una belleza. ¡La simpleza es lo mismo que una tontería!. Un poema del mundo cartesiano, un triunfo de los inteligentes, una prueba del por qué las cosas están como están y una dura muestra de para dónde vamos si no volcamos la energía en ser más espontáneos y originales. Menos ridículos que lo que se considera inteligente en esta prehistoria del mundo moderno. La vida es bella si es idiota, impredecible y torpe. La belleza de la vida está en esas fracturas de la modorra y la apatía. Es triste esa gente que jamás pierde las llaves, que cree que está protegida en un metro cuadrado, que no se enfrenta a la vida con una pasión boba. La vida no es bella protegida detrás de la mascarada del sentido. Porque es muy clara la ecuación: lo bello es sonso, torpe, absurdo, accidental. Es lo que hay. Y no es poco. Si no todo lo que suma, suma. Al parecer muchas veces, resta. Y eso es bello porque es idiota. ¿O no? |