Por GONZALO LEÓN El diccionario filosófico de mi amigo no consigna el término belleza, aunque sí lo bello, cuya definición planteada por Kant comparto a continuación: “Lo que causa en ciertos hombres emociones sui generis llamadas emociones estéticas”.
Esta definición podría complementarse con una entregada por Flaubert cuando tenía veintitrés años: “Se diría que estamos hechos para soportar sólo cierta dosis de belleza, un poco más nos fatiga”. Uno podría seguir interminablemente entregando definiciones de otros autores, pero a eso se dedica la estética, el estudio sistemático de la belleza. Por el momento creo que es prudente detenerse en lo dicho por Flaubert, porque su sentencia implica que cada uno de nosotros puede aspirar a una determinada cantidad de belleza. En otras palabras, la vida no es bella, porque si así lo fuera, no seríamos capaces de apreciar los momentos bellos, aquéllos que generan esas emociones estéticas cuando, por ejemplo, un hijo no nace o cuando una madre muere.
Debo decir que he vivido los dos momentos anteriores con variada intensidad. Hace dos años la chica con la que vivía perdió el hijo que ambos esperábamos. Al leer esto muchos ya deben estar alegando qué podría tener de bello la muerte de un hijo en gestación, a lo que yo respondo la tristeza y la desilusión de los padres. Eso para mí fue bello, único o, como dicen en el ambiente del teatro, verdad. Desde este punto de vista vale la pena la aclaración de que cuando hablo de belleza no me refiero a una mina rica. Para eso hay otros calificativos que van desde atractivo, pasando por el nunca bien ponderado depende de las piscolas que me haya tomado y llegando hasta lo hermoso. Podría contar también la reciente muerte de mi madre, pero considero que no corresponde, porque reparo en lo dicho por Flaubert e imagino una vida llena de muertes de hijos, madres, abuelos, hermanos, tíos, amigos y primos. Eso ya no sería belleza, sino una catástrofe, una Apocalipsis o simple “mala cueva”. Doy ejemplos de muerte y no de vida para diferenciar lo bello de lo bonito. Aunque el mismo Apocalipsis se produciría si todas las tardes fueran una perfecta puesta de sol, mirando el mar, tomados de la mano con la mujer u hombre amado, corriendo vaporosamente por una costanera. Si eso pasara, destruiríamos las puestas de sol y las mujeres u hombres amados y dejaríamos las costaneras solitarias, abandonadas a su suerte. O dicho de otra manera, esos momentos no significarían nada, porque estarían en el dominio de lo esperable, y la belleza siempre es un gran salto en el electrocardiograma. Cuando algo deja de significar pasa a aburrirnos. Precisamente a eso se refería Flaubert con “un poco más nos fatiga”. La belleza es como una droga que nos puede matar, y esta muerte se llama aburrimiento. En otras palabras, el aburrimiento pone fin a los momentos de belleza y hay que combatirlo con la mayor astucia, como sugiere Peter Brook en su ensayo “La puerta abierta”, para convertirlo finalmente en “nuestro mejor aliado”. La parca como Pepegrillo sería aquí la imagen adecuada. Por otro lado, he escuchado a muchos poetas decir que trabajan con la belleza, pero a ninguno que su mejor aliado es el aburrimiento. Es más, cuando uno esboza esta no-emoción, el poeta dice algo obvio: “Lo que pasa es que tú no eres poeta”. Como si para sentir una emoción o una no-emoción estética hubiera que ser poeta. La belleza y el aburrimiento son tan democráticos que nos atraviesan a todos, poetas o no, ricos y pobres, flaites y pokemones, mapuches y gays. Aunque, por cierto, existe una belleza pobre, una belleza flaite y una belleza americana. ¿Se imaginan lo que sucedería si todos los yanquis pasaran efectivamente drogándose todo el día? Lo más probable sería que los yonquis murieran producto de una sobredosis, y la imagen visual o poética muriera con ellos en todo el mundo. Y eso sí que sería aburrido. |