Por MARÍA PAZ RODRÍGUEZ Will you remember Jerry Lee, John Lennon, T. Rex and OI Moulty? It's the end, the end of the 70's, It's the end, the end of the century! (Ramones)
Cuando intentamos definir la prosa desde sus géneros o subgéneros aparecen múltiples posibilidades de clasificación y temática, y al tratar de catalogar a autores como Efraim Medina Reyes, Xavier Velasco o Rodrigo Fresán surge la duda de si, efectivamente, existe un subgénero para novela rock o no. Tal vez sí, siempre que la música forme parte de un eje que represente a una nueva generación de jóvenes escritores. Y es que es difícil pensar las obras de estos autores sin la presencia del rock, pues el imaginario que construyen toma ciertos iconos como Iggy Pop, The Beatles, Sid Vicious, Kurt Cobain y Bob Dylan, entre otros, para de algún modo, generar una propuesta generacional que identifique a quienes escriban y lean estos textos.
Efraim Medina Reyes: Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (música de Nirvana y Sex Pistols), (2003).
El caso de Efraim Medina Reyes o, tal vez, el nuevo gurú indie en la novela colombiana, es un claro referente si se quiere leer algo sobre la nueva generación de narradores de este país. Su novela Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (música de los Sex Pistols y Nirvana) publicada el 2003 por Planeta es sólo una pequeña muestra de esto. Esta se articula como una suerte de tríptico que mezcla las historias de Sid Vicious y Nancy Spungen paralelamente a la de Kurt Cobain y Courtney Love y en tercer lugar la de Rep (el protagonista) y Cierta Chica (que nunca es nombrada). La narración se centra en las reflexiones que Rep hará sobre el amor; el amor como un relato obsceno, el amor como una canción de rock, el amor como un suicidio. Medina Reyes atrapa al lector con una prosa ácida, concreta, rabiosa y en algunos casos algo adolescente, pues en el recurso de mezclar las historias de los personajes ya nombrados (Sid y Nancy, Kurt y Courtney) el relato se centrará en la intención por parte del autor de hacer una suerte de apología generacional, en donde el rock será parte una serie de códigos que este autor intentará activar a partir de sus propias aventuras y desventuras.
Xavier Velasco: Diablo Guardián (2003)
En este texto el rock opera como un detonante que genera la acción. Violeta, una joven mexicana de 15 años tras escuchar The passenger y Lust for life de Iggy Pop, es impulsada a escapar de su casa con varios millones de dólares robados de sus padres, lanzándose en un viaje tipo ‘road trip’ que tiene como destino final: Nueva York. Por medio de perversos artificios tales como robar y manipular a sus amantes, Violeta sobrevive simulando ser una niña rica, que circula por los hoteles más caros de Nueva York tarareando Get into the car/ We’ll be the passenger/ We’ll ride through the city tonight/ See the city’s ripped insides... Ahora, cabe agregar que la música en esta novela no gesta referentes tan fuertes como en la de Medina Reyes, sin embargo el rock se cuela por las páginas del relato como si fuese la banda sonora de una novela/película, que gatilla las acciones, actitudes y relaciones entre los distintos personajes. Los actores de Diablo Guardián son niños malos jugando a ser ‘rock stars’; niños jugando a pasarlo bien portándose muy mal. Las drogas, el sexo, la vida desenfrenada y la música, lograrán encubrir la soledad a la que realmente están sujetos, poniendo énfasis en los encuentros que se producen en el texto, para extrapolar las posibilidades de la aventura y la ‘resaca’ que finalmente aísla y mueve a los personajes.
Rodrigo Fresán: Jardines de Kensington (2005)
Por último tenemos la última novela de Fresán, publicada por Mondadori el año 2005, en donde el rock aparece representado a partir de los Swinging Sixties en Londres, época por donde desfilan una serie de personajes tales como Cat Stevens, Bob Dylan, The Beatles, Mick Jagger y posteriormente Lou Reed, entre muchos otros actores, con quienes Peter Hook (narrador central) pasó su infancia y de quienes recuerda las más insólitas anécdotas. La música conforma una estética del rock; una estética al estilo Sargent Peppers que se va gestando a partir de la sicodelia que rodea al protagonista y que hará de escenario para las reflexiones que albergan la tragedia del narrador. A su vez, la música irá introduciendo los diversos tópicos que Fresán desea exponer dentro de los relatos, pero esencialmente, el rock en esta novela, es parte de un artificio que promueve los recuerdos y el universo personal del autor.
Tan sólo cabría agregar un par de preguntas, pues si estos tres textos se escriben desde el rock, y desde la influencia que este tiene sobre la vida de sus narradores, habría que cuestionar si lo que intentan representar estas novelas pertenece a artistas ingleses o norteamericanos. Y, si estos textos intentan vincularse a un tipo de referente under, impostado y heredado de estos países, ¿dónde estaría lo latinoamericano? Tal vez el rock es una de las únicas expresiones que va más allá de sus referentes culturales, y simplemente se hace parte de un imaginario y credo común que no respeta lengua, tendencia o geografía, pues alberga la posibilidad de invocar algo más preciado que todo eso: la juventud. |