Por JOSÉ IGNACIO SILVA Quizás el ejemplo más célebre de la unión entre literatura y música está en Alta Fidelidad, obra del escritor inglés Nick Hornby (1957), y que desde hace no mucho está en los anaqueles nacionales, de la mano de Anagrama.
Pero ya antes esta historia se instaló en el inconsciente colectivo, por el filme homónimo, dirigido por Stephen Frears y protagonizado por John Cusack y Jack Black, que adaptó y americanizó el relato que en el libro transcurre en Londres. La versión del celuloide atrapó a cinéfilos musicólogos, que la tienen como película de culto y a Nick Hornby como un referente de aquellos que han sabido armar el soundtrack de la propia existencia. Nota aparte, el cine y Hornby se llevan muy bien, pues otra de sus obras, About a Boy fue también llevada a la pantalla grande, con singular éxito.
La novela de Hornby cuenta la historia de Rob Fleming, dueño de una inestable tienda de discos londinense, que media la treintena y se encuentra devastado porque su novia Laura lo ha abandonado. Estos son los antecedentes que Hornby traza desde un principio, para dejar correr una narración rápida, sabrosa, que se va desarrollando a medida que Rob inventa con Dick y Barry, empleados de la tienda, infinitas listas “top five” y esbozan toda una compleja ética de cómo realizar las mejores compilaciones de canciones. Entre las listas de “los mejores cinco” Rob Fleming compone un escalafón de los mejores quiebres de relaciones, de las cuales aquella con Laura hace que Rob siente cabeza, le baje la cortina a una adolescencia trasnochada y poco comprometida, y además retome una abandonada carrera de pinchadiscos. Un relato animado, que con singular sugestión va esbozando no sólo infinitos ránkings musicales, sino también delinea inadvertidamente un retrato del Londres actual, bullicioso y palpitante.
La poesía chilena tiene rock, señores, y la telonera se llama Malú Urriola (1967), quien con su primer poemario Piedras Rodantes (Rolling Stones en castellano), escrito a sus entonces cortos 21 años, entrega una poesía potente, donde la voz tiene un dejo de superstar, pero de uno abandonado al destino, postergado y consumido sin piedad en una precariedad terriblemente honesta, horrenda, pero ineludible. Estas piedras rodantes distan harto de aquellas que no crían musgo, pero que van maullando (son gatos estas piedras) el triste roncanrol de su existencia. “Lo estropearon todo, baby/ y te bailas un rock de malas ganas/ porque ellos quieren verte/ reventar de noche/ ebria/ sin hablar con nadie (…) trágate esa vaga sensación de techos/ despoblados, pendeja/ y ve a emborracharte hasta que revientes/ con tus amigos oligofrénicos/ a quién le importa/ que el último gato gris se aleje/ en medio de los cachureos del techo/ y que a lo lejos Bob Dylan gima/ “like a rolling stone”. Este poema es un botón de muestra de estos descarnados escritos, poesía inauguradora de una época de la poesía chilena, y a la vez un correlato de un período histórico donde la cultura era necesariamente underground (recordemos que a la sazón “la alegría ya venía”). Malú Urriola configura en Piedras Rodantes un grito, un alarido, de una era de opresión política y de postergación femenina. Un libro esencial para entender una época, de las más oscuras de la historia criolla.
Música y literatura confluyen en la multifacética artista estadounidense Patti Smith (1946). Anagrama ha puesto en el mercado hispanoparlante Babel, una recopilación (aparecida en inglés en 1978) de poemas, fragmentos sueltos, fotografías, dibujos y letras de canciones de la llamada “madrina del punk”. El poder de sus letras, auténtica e irrebatible poesía, le valió a Smith la comparación con Bob Dylan, Lou Reed o Leonard Cohen, además del mote de “chamán del rock”. Pero más allá del anecdótico parangón, la poesía, a medio camino entre lo beat y lo punk, que se puede leer en Babel, deja a flor de piel a una artista tremendamente despierta y lúcida, hiperestésica como Rimbaud, observadora como Baudelaire y ardiente y total, como la poesía en estado puro a lo Blake o Lautréamont.
Este libro reúne la poesía de la mejor Patti Smith, esa que en los años setenta opuso férrea resistencia a una sociedad que maquillaba su malestar en la festiva música disco. Puesta en su contexto (los setenta en EE.UU.) las letras de Smith cobran aún más fuerza, pero aún con el paso del tiempo, Smith ha logrado influir a Morrissey o Michael Stipe, de REM, sólo algunos de quienes han sido atrapados por el fluir de la conciencia de Patti Smith, que bajo la superficie de sexo, drogas y rocanrol, deja ver una sensibilidad romántica, tenue y honesta.
Ray Loriga (1967) cayó como un estridente solo de guitarra en medio de la muchas veces tradicionalista y casta literatura española. Este díscolo escritor hispano se consagró en la península en 1992, con su novela Lo peor de todo, que lo alzó como una suerte de prima donna de la Generación X (modelo 70’s, post baby boom) en Europa. Pocos años después incursionó en el cine, llegando incluso a colaborar con Almodóvar en el guión de Carne trémula. En 1993 Loriga escribió Héroes, donde la historia cuenta la vida de un adolescente que vive una existencia donde lo único que sucede es que el tiempo corre, sin mayor sentido, y que un buen día se encierra en su habitación, con su soundtrack vivencial por toda compañía. Loriga se interna en el mundo underground donde otros ya se internaron con interesantes resultados, es decir, en el mundo “sexo, drogas y reventón eterno”, empleando un ejercicio también ya hecho, como recoger una forma de vida beatnik pero en un momento en que ya pasaron los 60, 70 y 80, es decir hippies, yuppies y toda suerte de rockeros que marcaron sus respectivas épocas, desde Dylan, Jagger, pasando por Bowie, los Sex Pistols, el Grunge, y todo lo que quepa en medio. Con todo, Loriga logra una prosa áspera en la superficie, descompaginada y desprolija a ratos, pero que destella momentos de lirismo, con zafiros en el barro, a la manera de Eliot, un lirismo que estriba en la búsqueda, por sobre sensaciones y carretes, de un momento de amor simple y genuino, por parte del protagonista, mientras repasa las canciones de su vida, que pareciera no ir a ningún sitio, tal como un moderno Holden Caulfield, un adolescente eterno, ¿no es eso acaso un rockstar? |