Por JOSÉ IGNACIO SILVA Buenos Aires, Santiago o Nueva York: cuatro libros que hablan de la ciudad. José Ignacio Silva ha elegido “La Ciudad”, de Gonzalo Millán, “La Ciudad Ausente”, de Ricardo Piglia, “La Ciudad Anterior”, de Gonzalo Contreras, y “Trilogía de Nueva York”, de Paul Auster.
 Si la idea es tratar de forma medianamente acuciosa el vínculo entre ciudad y literatura, no se puede dejar de lado a La Ciudad, del fallecido poeta nacional Gonzalo Millán (1948-2006), una de las voces más elocuentes y profundas de la poesía chilena de las últimas décadas. Este volumen, aparecido en Canadá (donde Millán estaba exiliado en 1979), fue un estandarte vivo en un momento negro de nuestra historia, una refundación de un Santiago subyugado por la oscura figura tutelar del “Anciano” –que se cambió por la de la “Anciana” en reediciones posteriores-, al mismo tiempo que es el gran poema de nuestra capital, articulada en el lenguaje cotidiano, a la vez que abre sus espacios metafísicos y rituales, configurados y galvanizados por la poesía. El largo aliento de los casi 2700 versos que componen la obra son un logro y un testimonio. Primero el logro mayúsculo de tomar el espacio urbano y todos sus lenguajes (pues Millán echa a la olla graffitis, partes policiales, publicidad, señalética, etc.) y fundirlos en una sola voz potente y reveladora, y crear, sin duda, uno de los libros más importantes de la poesía chilena de todos los tiempos.
Ricardo Piglia aporta una de las novelas más trascendentales de la narrativa argentina, La Ciudad Ausente, lo que hoy no es poco decir. El autor de “Plata quemada” y “Respiración artificial” creó en 1992 una metáfora febril, genial y delirante de un Buenos Aires novelado, ciudad que está cruzada por el caos de lenguajes, imágenes, sonidos y sucesos imposibles de ordenar, pero que son hoy parte de una identidad que tiene en la desorganización su cara más visible. Fiel representante de la célebre narrativa trasandina, Piglia despliega sus talentos para poner en pie una voluble estructura de literaturas e historias trenzadas (marcadas por la monstruosa máquina literaria de Macedonio Fernández, la estrella guía de la novela, y de muchos escritores argentinos actuales), y logra la imagen escalofriante de una ciudad novelada por la eternidad.
Recién entrada la década de los noventa se produce la aparición de La Ciudad Anterior (1991), un período que en Chile significó el ajuste de la sociedad en su conjunto a un estado que no conocía en casi dos décadas: la democracia. En esos años, aparece la antedicha novela de Contreras, un cruce entre thriller y tratado filosófico, representativa de una nueva camada de autores llamada a renovar la narrativa chile, en medio de una sociedad lanzada al consumo y la posmodernidad, donde el repaso a la represión y el terror pinochetista no podían estar ausentes. Todo lo anterior se grafica en la historia de Carlos Feria, un asolado vendedor de armas, que llega a un desolado pueblo a la vera del camino (que representa el Chile dictatorial, muy a la manera de “Casa de campo” de Donoso), historia que le valió a su autor premios y el ubicarse en la cabecera de la nueva generación de narradores post Donoso.
Si de hablar de ciudades letradas se trata, no es posible dejar afuera de cualquier examen a la Trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Las tres novelas (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada) fueron la catapulta definitiva al éxito para este escritor norteamericano, quizás la pluma más destacada desde Raymond Carver. Viendo la trilogía como un solo volumen nos arroja todos los elementos del universo Auster, azar, locura, el viaje temporal a los propios demonios del pasado del protagonista, un equívoco escritor/detective privado que recibe la llamada más extraña de su vida. Paul Auster desenrolla en esta tríada sus armas más características, las que en obras posteriores florecerán galvanizando una narrativa que encantó al mundo entero, a saber, la reflexión ante la escritura, el asomo sutil pero sostenido del ensayo, junto con ese juego que instala Auster en su obra, ya sea de muñecas rusas, de espejos o de cajas chinas, reinventando la novela negra, en la calles de la Gran Manzana.
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