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El lugar inhabitable |
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Carmen Martin Es una casa, no, no es una casa, es una puerta que se abre desde el centro, si; abajo del centro se juntan los puntos y se encuentra el centro real de las líneas. La casa se abre como un espejo de tres cuerpos, cuyas dos partes exteriores pueden acercarse al espejo central, y así multiplicar las imágenes hasta el infinito. No. El infinito es una posibilidad. Para llegar al punto del sueño debe hacerse una construcción de imágenes o fragmentos de imágenes vagamente recordadas. Un pasillo de goma amarilla, una bola metálica del tamaño de la cabeza de un niño, rebotando contra las paredes. Un niño. El niño está dormido. No. Está muerto, azul y envuelto en una manta de colores. Para llegar a la casa debe abrirse la puerta desde el centro, tocar la medusa de bronce y decir las palabras elegidas especialmente para esa situación. La situación se multiplica en los espejos y se divide siendo el reflejo de una posibilidad. Una imagen blanca, vista con el ángulo más abierto del ojo, un ojo iluminado directamente: la pupila casi desaparece, una superficie gris jaspeada con un punto en el centro. Quiero mirar por ese punto y ver que hay detrás. No me dejan. Me entretienen con canciones monótonas que adormecen al instante. Me levanto. El ojo ya no está. El niño azul no está muerto, se para sobre la cama y grita mi nombre. Mi nombre es un conjunto de sonidos que pueden ser mi nombre pero también otra cosa. Para llegar al espejo deben tomarse todas las piezas de la casa, y armar con ellas la forma del pensamiento que se espera captar. El pasillo de goma amarilla se rompe y aparece un hombre con una máscara blanca y un martillo negro. El martillo brilla. Comienza a golpear la ventana de mi pieza, la pieza del centro de la puerta, justo atrás de la medusa y el espejo, y rompe el vidrio. El sonido del vidrio cayendo es una cascada donde lavan a los recién nacidos. El niño se ha dormido nuevamente y sueña con caballos. El contacto de la lengua de los caballos transforma instantáneamente las piedras eléctricas en cristales de sal. La lengua de los caballos se multiplica en la cabeza del niño. El niño despierta y grita un nombre que no reconozco. * Un lugar inhabitable es donde todo lo que se piensa se materializa. De pronto entra el hombre y comienza a cantar. El niño azul está inmóvil y muerto. No .Me pone la mano fría sobre la cabeza y me transmite mi imagen de cuatro años sentada en el piso de un lugar olvidado. Me pasan un huevo violeta, del tamaño de la cabeza de un niño. Lo tomo entre mis manos. Veo mis manos. Mis manos tienen cuatro años. Muerdo el huevo. El huevo es de miel. Siento el sabor de la miel en la boca, el sabor del huevo violeta y azul como el cuerpo del niño y el cielo raso del cuarto de invitados. El cuarto de invitados es un lugar inhabitable. * Me dijo su nombre, delgado y alto su nombre entró por la ventana. La rompió con un martillo. Le pregunto qué es lo que pasa y me dice que mi padre ha muerto. No. El niño aún no existía para ese entonces. La pintura del mar verde que hizo el hombre sentado en la pieza del altillo, mirando una pequeñísima foto del mar. Pintar el mar mirando una foto del mar. Eso se llama interpretación fragmentaria. Si. El tomó toda la caja de pinturas y me las empezó a pasar por el cuerpo. Las pinturas. Me las pasaba por el cuerpo, dejando trazos de colores oleosos por mi pequeño cuerpo dormido. Yo dormía con él y él me contaba cuentos larguísimos mientras yo paseaba por entre unos cipreses que imaginaba siempre antes de dormir. Era un paisaje conocido, al que iba siempre un minuto antes de quedarme dormida. Paisaje conocido. La casa del campo. La he visto tres veces y está siempre de la misma manera, con el mismo orden en las piezas y los colores. Lo único que cambia son las fotografías que adornan la pieza del centro, la que marca el punto donde los extremos se tocan. En las fotos nuevas aparecían ellos con unos animales. Eran caballos. Caballos de lenguas azules. Sus puntas transmutaban la materia. Les cortaron la cabeza a los gemelos. Rasuradas sus cabezas adornan el cuarto de invitados. El cielo raso es azul y el reflejo de la luz del espejo central les da el color del mar. Nadie podía entrar a ese cuarto sin sufrir algún tipo de transformación. Los juguetes nuevos están escondidos detrás de los cipreses para que nadie se los lleve. * La casa de campo se deshace llena de luciérnagas por la noche. Es el escenario perfecto para una fotografía. Los caballos corren en círculos alrededor del hombre alto. El hombre alto les canta una canción monótona que los adormece al instante. Me acostó en su cama y me quitó el vestido. Un vestido de cuatro años violeta como un huevo de miel. El vestido estaba manchado con pintura de todos los colores. Los caballos se asomaron por la ventana y aprobaron la consumación. La casa de abre como un abanico y me deja en el centro de todos los reflejos. Mi cuerpo se multiplica hasta el infinito. No. El infinito no existe, es una posibilidad. Mi cuerpo posible se abre y se mancha bajo las manos del hombre. Yo duermo con el hombre, me cuenta historias larguísimas mientras yo paseo por entre los cipreses. Construyó para mí una casa de muñecas en el fondo del patio. La casa es verde y huele a madera. La visito y concluyo que es un lugar inhabitable. El niño es azul y está bendito. Tiene una corona de abejas que lo consagran como rey del universo. El universo no existe sino como posibilidad. Las abejas zumban sobre su cabeza, dándole el aspecto de una medusa pequeña y muerta. No. No está muerta, está clavada en el centro de la puerta. El cielo se abre como un espejo de tres cuerpos y deja un rastro en la espalda de los caballos, una mancha que vista a contraluz revela su significado. Los cristales se derriten y forman charcos verdes como el mar de la pintura o de la fotografía. El hombre se levanta de su sueño y pinta la escena. Toma su cámara negra y capta una imagen que luego proyecta en mi cuerpo dormido. Se sienta frente a la cama y corta los cipreses que le impiden verme por completo. Mi cuerpo está lleno de manchas de pintura. Los caballos consagran el acto y la aureola viviente del niño. La pared está hecha de piedras redondas y tiene pequeñas ventanas desde donde pueden verse escenas de distinta naturaleza. Camino y evito mirar por ellas hasta que llego al final del pasillo. Un reflejo desde el piso me hace bajar la cabeza y tomar el origen del rayo de luz. Es un espejo de forma triangular donde puede verse la imagen de un niño gritando un sonido siniestro. * En la casa de madera del fondo del patio hay un pájaro muerto. El pájaro es negro. Lo tomo y lo pongo en la cama. Me acuesto y espero. Espero. Espero hasta que llegue él con su caja de pinturas y comience a podar los árboles que limitan su visión. Los árboles están cada vez más altos y frondosos. Las piedras de la pared se mueven y brillan como luciérnagas verdes. La cama del niño es una antorcha que desciende por mi cuerpo. El pájaro está muerto. No. No está muerto. Comienza a volar por el cuarto de invitados. Nadie puede entrar a ese cuarto sin sufrir algún tipo de transformación. El pájaro se vuelve una pileta rodeada de aromos amarillos. Me ponen algo en la boca. Algo muy dulce que no puedo mirar. El niño muerto yace en una mesa. Las abejas entran en la boca del niño. El niño se levanta y atrae a los caballos, que corren dando vueltas a su alrededor. Mis muñecas están rotas y dispersos sus fragmentos por el cuarto de invitados. El lugar inhabitable reverbera sobre sí.
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