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S (s) y la no historia |
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Por CLAUDIA APABLAZA Me eché a reír, pero Dupin parecía hablar muy en serio. Su padre puso el primer texto inédito en la biblioteca que le compró a S: Un libro de recetas de cocina que él escribió y que nunca pudo publicar, pero que ensayaba apenas tenía un tiempo libre. La biblioteca de S hoy ya tiene trescientos inéditos. S no presta ninguno de ellos. Si uno se pierde, no podré volver a conseguir otro, sería casi imposible, exclama. S es además un excelente cocinero, gracias al texto de su padre. Cuando se publica uno de esos inéditos, S lo toma, lo quema y se pone a llorar. Luego pasa dos días encerrado en su habitación con la luz apagada. No come. Sólo toma pequeños sorbos de agua de una botella que deja en su mesa de noche y gime despacito unas palabras intraducibles. S es la única persona que conozco que valora tanto los manuscritos inéditos. Cuando conversamos, me dice: la verdadera no historia de la literatura está formada por los libros que nunca se publicarán. Esa es la idea básica, querido amigo. Desde ahí puedes construir la no historia de la literatura universal. Hace dos semanas decidí entregar a S todos mis libros inéditos: dos novelas y un libro de relatos. Se puso muy feliz. Me lo agradeció enormemente y me invitó a tomar unas copas. Sentados en el bar de Montjuic, S me volvió a agradecer enormemente y agregó que debía confesarme dos cosas que le daban mucha vergüenza. Lo escuché atento. Lo primero, me dijo, es que el inédito de recetas de mi padre no fue un regalo, yo se lo robé. Y lo segundo, es que tengo aún en mi casa muchos libros publicados. No los había querido tirar. Mañana voy a destruirlos. Me da mucha vergüenza tener libros editados en casa. Siento no habértelo confesado antes. ¿Me ayudarías? Le dije que no se preocupara por lo del robo a su padre, que era algo natural y que por supuesto que lo ayudaría, que no tuviese vergüenza y que si quería podía darme a mí esos libros editados, que son alrededor de siete mil. Me dijo que por ningún motivo, que desde hoy luchará contra la edición de libros. Que anoche tuvo un sueño iluminador. Se le aparecieron algunos editores que estaban en el infierno y le dijeron que debía luchar por la no-edición del libro ya que sólo así se podría salvar de las llamas. Al día siguiente me presenté temprano en la casa de S. Me invitó a tomar desayuno. Comimos unas ricas tostadas con mantequilla, un tazón de café con leche y tres magdalenas pequeñas para cada uno. Al terminar el desayuno, S me dijo: ¡vamos a trabajar! Nos levantamos. S fue a poner los libros en cajas, mientras que yo me dispuse a encender el fuego. Terminamos nuestro trabajo en tan sólo dos horas. S me regaló un chocolate que había hecho él mismo, guiándose de las recetas de su padre. Trabajamos muy bien durante dos meses. Pusimos un aviso en el diario: Lamentablemente, un día sucedió algo inesperado. Algo que nunca imaginé. Me comporté como Judas, es decir: traicioné a S. Y todo por una tenue ira que comenzó a correr por mis venas y se volvió como una bola de nieve. Cada vez que sonaba el teléfono yo contestaba y decían: ¿hablo con S o con el ayudante de S? Me ponía furioso. Estaba harto de ser “el otro”. De ser llamado “el ayudante de S”. ¡Nadie me llamaba S1, que era el nombre asignado la noche de la condecoración! Una de esas tardes de arduo trabajo y días de ira incontrolable llamó una chica para decirme que tenía un manuscrito para entregar. Le dije que bien, que me diera su dirección y que yo pasaba por él. Llegué. La chica lo tenía listo sobre su mesa, encuadernado, con título y nombre, tal como lo pedíamos. Firmamos el contrato de no-edición. Ella se debía comprometer a llamarnos en caso de ser publicada. Si era así, la sacábamos de la no literatura universal y quemábamos su texto en la hoguera de los desertores, de los judas contemporáneos. Llegué a su casa, tomé el texto, el contrato, le agradecí, me despedí de ella y le dije: bienvenida a la no literatura universal. Ella me sonrió. Encendí el auto y me iba a dirigir a casa de S, a catalogar el nuevo inédito, a darle su espacio en la biblioteca, pero decidí que no. Mi ira me dijo: No, vete a casa y te lo quedas. Ve. En vez de seguir hacia la casa de S, manejé directo a la mía, que queda muy lejos, en los suburbios antiguos de la ciudad, con una sonrisa de oreja a oreja y con mi nueva adquisición. Llegué, analicé mi biblioteca. Lo pensé unos minutos y me decidí a seguir el camino por el que me había llevado S: saqué todos los editados y los dejé aparte para quemarlos al día siguiente. Encendería una gran hoguera y los quemaría. Puse el texto de la joven cuentista en el armario vacío del salón de mi casa y regresé muy rápido a la oficina de S. Apenas abrí la puerta S me preguntó que por qué había tardado tanto y dónde estaba lo de esa escritora joven. Le dije que había tenido un problema al dar con la dirección y que cuando llegué no vivía ninguna chica ni menos una escritora inédita. Me miró de reojo. Creo que no le convenció mi respuesta. Ok, me dijo S, ahora ponte a seleccionar, hoy nos han llegado diez nuevos por correo. Ok, le dije a S. Y me incorporé a mi tarea. De los diez que llegaron ese día, guardé dos en mi bolso. Lo hice cuando S salió a caminar por el barrio, a realizar sus ejercicios de relajación. Por la tarde me fui a casa muy tranquilo. Llegué y puse los dos nuevos inéditos en la biblioteca. Sonreí: Ya tenía tres libros en mi no colección universal. Al día siguiente me presenté temprano en la oficina de S. Teníamos mucho trabajo atrasado. Noté que el rostro de S estaba diferente. Una mueca de molestia se reflejaba en su mirada. Contaba los escritos una y otra vez. Me faltan dos, exclamó. Me miró y me dijo: Di algo. ¡Me faltan dos! Me faltan dos. Me faltan dos. Me faltan dos. Lo miré. Se abalanzó sobre mí. Logré desasirme y salí corriendo de la oficina. Bajé las escaleras. Corrí. Me subí a mi auto. Manejé a casa a toda velocidad. Por la mañana desperté borracho. Me había bebido una botella de whisky al seco. El alcohol funciona como sedante. Había dormido 24 horas sin darme cuenta. En mi contestadora tenía tres mensajes de S: Lo ignoré. Eliminé los mensajes. Mi decisión ya estaba tomada. Iba a comenzar a hacer mi propia historia de la no literatura universal. Yo también era un descubridor, un elegido. Saqué un cuaderno de apuntes, un bolígrafo y comencé a hacer sumas y restas. A realizar ecuaciones. A los dos días puse un espectacular aviso en el diario: En dos semanas tenía una colección de mil inéditos. Tuve que ampliar mi biblioteca. No fue difícil, estaba preparado para emprender un proyecto así. Al mes ya tenía quince mil. A los dos meses, sesenta mil. A los seis meses tuve que cambiarme de casa. Al año alquilé una antigua biblioteca del barrio para seguir. De las ventanas se colgaban algunos periodistas a ver qué estaba sucediendo. Se comenzó a correr la voz de que yo inauguraría un gran proyecto. Tocaron el timbre una y otra vez, pero nunca les abrí. Me mantuve ajeno a las exclamaciones del exterior. Al glamour. Pasados tres años comencé a agotarme. La biblioteca había crecido a trescientos mil ejemplares y estaba satisfecho con mi trabajo. De seguro estaba siendo catalogado por los historiadores como el gran no editor universal. Seguro, de eso no me cabían dudas. Pero estaba agotado y necesitaba un ayudante. Alguien que fuese catalogando los títulos nuevos y que me ayudara a desclasificar los títulos que se iban publicando. También a archivar los contratos de no-edición. Puse un cartel en la puerta de la biblioteca: Se necesita un ayudante. Presentarse aquí con CV, ropa sport. Preguntar por S1. Una tarde de mucho calor tocaron la puerta. Me acerqué a abrir y vi a un joven vestido de camiseta deportiva negra y unos jeans. Lentes oscuros, peinado punk. ¿Sí?, le dije. Quiero ser su ayudante, me dijo. ¿A qué te dedicas? Soy pintor de brocha gorda. Adelante. Lo miré de arriba abajo y sí, parecía un pintor de brocha gorda. Para este proyecto necesitaba cualquier cosa, menos a un escritor. Cualquiera que fuese escritor o editor encubierto, tal vez podría traicionarme. Conversamos un par de horas y le dije: Ok, eres desde hoy S2. Estás contratado, puedes comenzar a trabajar mañana. Llega temprano. Una tarde cualquiera estábamos trabajando muy concentrados y golpearon la puerta. Le pedí a mi ayudante que abriera. Él estaba descatalogando tres escritos que habían publicado ese mismo mes en una editorial extranjera. Las cartas de los autores nos habían llegado el día anterior, anunciándonos que desistían del proyecto y que lo lamentaban mucho, que las publicaciones extranjeras los habían tentado con sus enormes sumas de dinero y un futuro exitoso. Además de las traducciones a más de dos lenguas, incluyendo el japonés y el mandarín. Yo estaba rescribiendo la no historia de la literatura universal. Me describía como el gran no editor del siglo XXI. Cada tarde me sentaba a rescribirla. Sacaba nombres y agregaba otros, dependiendo de los manuscritos que seleccionábamos y de los que eran arrojados a la hoguera. Un asunto de sumas y restas, en definitiva. Y yo como el principal: el mejor. Con tremenda sorpresa esa tarde me encontré con el rostro de S frente a mí. Empuñó su mano y golpeó la mesa: ¡así que aquí estabas, traidor! ¡Te he buscado todos estos años, traidor de primera! Se metió la mano al bolsillo y de golpe sacó una Taurus calibre 38. Me apuntó preciso en la sien y logré ver cómo mi ayudante huía corriendo. Me quedé solo en el gran recinto. Solo yo y S en el escenario. ¡Vengo por mis manuscritos! ¡Vengo por mi idea! ¡Me he quedado sin nada! ¡Me he quedado solo! ¡No ves que esto es un peligro, maldito ayudante! ¡La no historia es muy delicada! ¡Este es un proyecto delicado, de riesgos! No te hagas el listo, me decía. Devuélveme lo que es mío. Sé cómo mover todo esto. ¡Es un secreto que me llevaré a mi tumba, maldito ayudante! ¡A mí me fue transmitido! Sé del principal secreto de todo esto. Nunca te lo conté y jamás te lo contaría. Devuélveme lo que es mío. Y no intentes acercarte que te pego un tiro en la frente. No lo hagas. No te atrevas a hacerlo. ¡Aléjate ya! Se fue acercando a mi biblioteca y buscó por orden alfabético. Sacó los textos que yo le había robado y se puso a hojearlos. Estos textos son míos, señaló, apuntándome con la Taurus calibre 38. Déjalos ahí, le dije. Los puso en su maletín y me dijo, no te atrevas a acercarte a mi casa. ¡Ratero! ¡Ladrón! Nunca más. No te atrevas, que esta vez sí que te mato. Este era un asunto delicado. Transmitido de padre a hijo y tú vienes a copiar la idea sin más. ¡Mediocre! ¡Ursurero! ¡Patán! Me quedé solo y me puse a llorar. Fue la primera tarde de mi vida que he llorado mucho. Como una mujerzuela llorona. Como una escritora chilena de noveluchas románticas. Me sentía solo y vacío y muy lejos de la no literatura universal. De pronto, entre las sombras de los papeles, vi dos puntitos que me miraban. Era mi ayudante que había observado la escena. ¿Qué le pasa?, me dijo. Tomemos unas copas. No llore, usted. Ok, gracias, le dije. Muchas gracias. Acompáñame, discípulo, ven acá. A la mañana siguiente desperté agotadísimo, medio borracho aún, descubrí que habían desaparecido cuatro de los nuevos inéditos que había puesto el día anterior en la biblioteca. Los busqué durante muchas horas y no di con ellos. Ese día mi ayudante no se presentó a trabajar. Supuse que fue por la borrachera. Pero al subsiguiente tampoco y en toda una semana tampoco. Y en un mes tampoco. Le dejé diez mensajes en su contestadora: Pasaron tres semanas y mi ayudante no volvió. Dejaron de llegarme inéditos. Seguro ahora se los hacían llegar a él. Ya no tuve más trabajo. Estaban todos catalogados y no había más que escribir. Seguro él se había llevado a los no-autores. Comencé a sentir la soledad de este proyecto. Cada noche me emborrachaba solo. Ya no tenía fuerzas para seguir trabajando. Lloraba, me lamentaba de la soledad de mi proyecto. Me arrepentí de haber abandonado a S. De haberme comportado como el peor de los Judas. Me decidí: Volvería donde S, así comenzaríamos la no historia universal una vez más. Hoy volví donde S, le conté la historia arrepentido: Me arrodillé, lloré ante él. S me miró de reojo y esbozó una sonrisa. Una mueca que denotaba algo de burla. Escuché el bum.Giré mi cabeza y vi que entraba mi ayudante, disparó al techo y luego apuntó a S directo en la nuca. ¡Déjalo!, le ordenó. A la vez que me miraba y me decía: Ahora yo soy el no editor. ¿Vale? Y ustedes trabajarán para mí. Esa misma tarde puso un aviso en el diario que se mantiene hasta hoy: A la semana el trabajo se acumuló. Contrataron a un nuevo ayudante: S3. Ya somos muchos S(s). Vamos en el S6140. Sigue el proyecto. Todos Judas, todos ladrones y todos arrepentidos. No se ha podido establecer el verdadero proyecto de la no historia de la literatura universal. Los robos sobre robos nos tienen confundidos. Algunos lloran y están desesperados porque esto acabe pronto. Ha habido muertes. Ya no sabemos en quién de todos confiar. Algunos dicen que desconfiar no es nada nuevo. Que en este pueblo siempre fue así. Pero de todas formas el proyecto crece, la biblioteca cruza toda la ciudad, y cada semana publicamos un cartelito nuevo en el diario: ¡Llame ya!
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