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El Tarot de la Carretera |
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Por MANUEL ILLANES LA POESIA COMO ESTÁTICA El retumbar de una guitarra, mantenido en el tiempo, flotando en el aire como una gaviota urbana que planea a la busca de su alimento en las aguas contaminadas, cielo turbio, sonido decreciente y a punto de fracturarse en su consistencia de elemento único, distinto del éter que nos rodea, similar al ruido en sordina de los vehículos que comienzan a circular por las venas de la ciudad en la madrugada, una catarata lejana y nómada que parece agrandar la distancia que la separa de nosotros, la poesía es una estática, esa interferencia que surge al momento de cambiar el transistor de un punto del dial al otro, desde el punto “UTERO” hacia el punto “CAOS”, un infra-ruido, la réplica sónica perfecta que obtendríamos si se pudiera amplificar el trabajo de perforación que realizan las termitas dentro de la madera putrefacta de un árbol caído en la mitad de bosques vivos, labor de zapa a nivel microscópico, velocidad de las cosas en el mundo de la apariencia y la dislocación, de los objetos que se alejan permanentemente de su origen en búsqueda de un grado 0, punto de perspectiva que permita entender la construcción de los cuadros cinéticos, porque esos cuadros arden en llamas, su crepitar transcribe versos de larga respiración sobre una hoja en blanco, modifica la película transparente de la realidad, instalando nuevos rostros en lugar de los viejos, situaciones inesperadas, una permanencia que respira por algunos segundos antes de verse acuchillada, maniquíes descuartizados. La guitarra es el centro, la dínamo que produce el movimiento de las contrarias energías, la descarga, el choque de las síncopas alternativamente frenéticas o contenidas, abalanzadas unas sobre otras con la espada desnuda, corazón de planos que se entrecruzan a un ritmo esperpéntico, viscoso. La guitarra es el estallido gratuito, el fin de un astro moribundo que muy pronto comienza a atraer la luz de las constelaciones vecinas, hoyo negro que llamaremos inercia, ley de gravedad de los hechos, caída. La poesía es la interzona de las reverberaciones, el campo eléctrico donde los poderes invisibles adquieren una materialidad circunstancial, salina, un río de magma expandiéndose en la oquedad de las siluetas, clonando sus formas para después entregarlas al vacío de las estatuas acezantes. El aliento de las estatuas, acelerado, como el de un coito siempre interrumpido con la eternidad, el aliento, un chirrido metálico y denso, un eco sónico que choca contra las paredes y se devuelve, permanece en el fondo de los oídos a la manera de una emulsión que recubre los muebles de una habitación abandonada, el crac de un espasmo que parece provenir de nuestra imaginación y que, sin embargo, está ahí, en el límite de la experiencia, a punto de fracturarse en su consistencia de puñetazo a la mandíbula. Una rotura en el orden de los elementos que provoca disonancia, movimiento de átomos, revolución en la ortodoxia del fuego, el agua, la tierra y el aire, principios que se enfrentan con la espada alzada en una batalla de escudos y lanzas astilladas, de sangre corriendo hasta el codo como en las antiguas batallas, sangre que asquea los rostros y luego es limpiada con facilidad por el agua de Saturno, el abalanzarse de la noche sobre el cuello del día, un instante de luz seguido por el aletear que todo lo cubre de los mirlos. La guitarra mantiene el sonido a pesar de que la mano ya no aplica energía a las cuerdas, impregna el aire con el poder de un imán transparente, precipita vectores de aluminio en direcciones opuestas, señala la nervadura de las catástrofes, enquistada profundamente en los cuerpos que compartimos. Radiación post-desastre, neutrones impelidos a través de un circuito de velocidades, partículas alfa que se descargan en tierra como espermios en el látex, fuerzas desgarradas y evanecidas en el éter sin límites, en el salitre espeso del universo. LA SED Aquella que nos reduce a estatuas de sal en el umbral de las tierras de Gomorra. Aquella que abandona los manuscritos del dolor sobre nuestras pringadas mesas. Aquella que ordena a sus siervos: “buscar”, “extraviarse”, únicos mandamientos grabados sobre las losas de su Sinaí. Aquella que defecará sobre nuestra tumba abierta. Aquella que diserta sobre dios y su innominada vulva, parada en el púlpito de la locura. Aquella que interpreta los hexagramas y vaticina: “Ku”-destrucción, como si ya no hubiera bastante caos en nuestras vidas. Aquella que se jacta de ser soberana en la Babilonia de los días-nadir. Aquella que nos niega el pan y el agua para que así tengamos que vagar famélicos por los eriazos, las carreteras de su reino. Aquella que enterró el cáliz de Cristo en la arena de la más infecta codicia. Aquella que satura las pantallas del mundo con una imagen, un zoom del gran falo erecto de los Capitanes de la guerra. Aquella que no tiene vástago alguno y aplasta la cabeza de nuestros niños como si Fueran cucarachas en su camino. Aquella que recibe la loa y las ofrendas de los jefes de las tribus –el oro y las vanas palabras de los mandriles. Aquella que no tiene ojos, pero sí una boca afilada con la que devora toda existencia a su alrededor. Aquella que milita en las legiones de Capital. Aquella que vino a la vida el día de la muerte del Espíritu Santo. Aquella que lame su propia sombra hasta emponzoñarla –es un alacrán en la perfidia de los opios. Aquella que dirige la cuenta regresiva para el Apocalipsis / pero todos los días morimos, todos. Aquella que inyecta la morfina del aburrimiento en las cansadas arterias. Aquella que vive en permanente vaivén & negación. Aquella que nos sodomiza, pero que nunca será sodomizada por nosotros. Aquella que llamo Cuchillo de lepra. Aquella que estranguló a Rimbaud hasta doblegarlo –y los médicos firmaron: “tumor en la rodilla derecha, sífilis”, qué sarta de estupideces. Aquella que malparió a Adán y toda su descendencia. Aquella que agita las estrellas –y las eclipsa en el estanque del cielo. Aquella que anuncia los sismos, los hundimientos del espíritu, como un cometa en los Tapices normandos. Aquella que es Tarántula. Aquella que tiene la prestancia de las putas. Aquella que conjuga el verbo matar en todas sus formas. Aquella que no responde a identidad alguna. Aquella que en la ventolera de los días & en el cristal de las noches & en las dolorosas primaveras nos enseñó el silabario de la muerte para hacernos vivir, nuestra madre, nuestra sangre. NOTAS DEL PARIA Canto es la penumbra del que tiene ojos sólo para aullar, no saciedad en la fe de los manes, no lechuza de la verdad y la noche constelada, canto es glosolalia de los apóstatas, carretera transitada en las primeras horas de la madrugada por ebrios s/ ley, s/ padre o verga sacramentada, vocabulario de la ansiedad, metálica como la sonrisa de un pederasta, canto es el sombrío transitar de los cardúmenes en el pozo de lo que llamamos corazón, de lo que fue palacio y hoy luce descampado, snuff movie filmada en los bordes del desierto. Exilio es canto, reconstitución de escena tras la vulgaridad de un crimen, notas tomadas al azar. A 100 km. p/ hora se ve alejarse a los kamikazes del canto, abandonar este poema y adentrarse en la espesura de los bambúes tarareando un mantra camino hacia el útero, las bragas fuera, los gestos s/ futuro de aquellos que se acoplan para después separarse, el choque, los cuerpos agonizantes, algo parecido a una muerte siendo sólo pared de la hoja en blanco. Aliento entrecortado que apenas rasguña palabras, sólo la visión de unas costas luminosas disolviéndose en la oscuridad del tedio, la mancha seminal que deja el deseo en el papel. Canto es el desgarramiento de la palabra “canto” hasta palpar la ausencia que hay en ella, el bubón que señala el avance de la enfermedad. El hacha de los exploradores que se abren senda entre los manglares, los mosquitos y la fiebre amarilla podría ser también canto, ya que es representación de una inútil valentía. Canto es sobrevivir como animales, como bestias s/ el soplo de lo bello o lo sublime, sobrevivir al colapso de los reinos y las antiguas monarquías, las rotas alianzas matrimoniales. Canto alimenta a los nuevos mutantes que somos, es Dante descendiendo de círculo en círculo porque en la mitad del camino de nuestra vida nos hemos encontrado en un infierno gris extraviados. Canto: -semilla que manos esforzadas hunden en el abismo del tiempo. Canto: -espermio intentando fertilizar el vacío con forma de óvulo, derrotero perdido en el espacio de los coitos. Canto: C aricia, confusión, cuestionamiento. A lfa, absurdo, azar. N egación, neblina, noche. T ormenta, torrente, tedio. O mega, oquedad, oquedad. VAGABUNDO POR LOS CAMINOS DEL SUR En la encrucijada de cien caminos, bajo un calor atroz, que muerde los brazos desnudos con la insidia de una víbora; en las faldas de ancianos picos, cabezas albas, al borde de un estanque donde quizás cientos o miles de ranas entonan un canto de gloria estival, un coro de ángeles croando en la Laguna de la Plata, mientras tú y los miembros de tu hueste y señorío, Matías, Arturo, el silencioso José, Soledad, Rafael ardilla, descansan tras una larga caminata por bosques de cipreses, pellines y araucarias; besando el océano en las playas de Cobquecura, con el aullido de los lobos como música de fondo, sinfonía que hechiza los sentidos; antes del amanecer, derrumbado sobre el polvo, mientras resuena aún en tus oídos el tercer canto del gallo, y el alcohol se convierte en una mortaja que te impide contemplar el cielo pronto refulgente de Quirihue; o perdido entre la selva espinosa de las zarzamoras justamente al mediar la temporada de ventas, cuando el dulce fruto abarrota los mercados de Chillán y Tomé y el paladar y los labios de las gentes de la región se entintan y ensangrientan hasta el vampirismo: de cordillera a mar se ha visto a tu espectro, insensato fantasma de ropajes holgados, con la pueril intención de rehacer viejas rutas que unían antaño la cordillera a este Mar del Sur, tantas veces recorrido, siglos atrás, por los españoles, y todavía antes, mucho antes, por indios desnudos y temerarios que desconocían la palabra mar: sin dinero en los bolsillos, exhausto, pero admirado también de la belleza de los cantos que el Ñuble deposita, como semillas en la tierra feraz, en su ruta por el delgado hielo de aquestas tierras; buscando, buscando nadie sabe qué, tal vez alguna ilusión, un vano espejismo que termina entremezclándose a las tolvaneras que los camiones madereros levantan al salir de sus terminales, o al reverbero que la luz produce sobre el pavimento, en los últimos días del mes más breve de nuestras calendas. Áridas extensiones de matorrales y arbustos libradas al hachazo implacable del sol, o angélicas colinas de verde y amarillo teñidas, por la vid, el maíz y el girasol pobladas hasta el alto cielo: retazos de paisajes, borboteantes en la memoria como el hollejo con que se prepara el aguardiente clandestino en los campos sin ley: recuerdos que asaltan la memoria, y se multiplican de igual manera que los siglos o las generaciones en la mente del creador, nuestro querido Padre Azar; en fin, vivencias desperdigadas a lo largo de la ruta de estos años, tal como las luces de los pueblos que dejamos atrás durante los viajes frenéticos y alocados de tantos veranos: “-Entre San Nicolás y Ninhue, siguiendo la senda del trigo y los animales, con la brújula destrozada por el martillazo de veinte pipeños chillanejos, te encontraste de repente, saltimbanqui a la deriva, masticando el tabaco de la embriaguez y la desheredad. -En Rafael, muy cerca ya de la medianoche, abandonado en medio de la neblina y los rumores, fue la experiencia del vértigo la que aprendiste a bordo de un desbocado vehículo. -Frente al océano, recorriendo como un niño deslumbrado las oxidadas instalaciones del carbón en Lota, o en la vieja estación de trenes de Temuco, mientras la tarde se desgranaba en un diálogo interminable, o al interior de casas de adobe y paja, atestadas de ratas, cerca de Cauquenes: el tiempo es un río que nos arrastra sigilosamente a la perdición. -Cruzando el puente sobre el Malleco, con la irreal luna llena en lo alto del cielo y el ferrocarril a toda marcha: momento entre momentos, fruto arrancado al pehuén de la Precariedad. -Y en el centro de tu Vía Láctea, Concepción fue la residencia de toda dicha, la casa donde ella y tú disfrutaron de sus cuerpos, como sierpes enlazadas en la arena, una serie interminable de noches.” En la cuna de Violeta Parra, o celebrando la fiesta de la Candelaria, o un 20 de enero, observando a los peregrinos desfilar hacia Yumbel, a cualquier hora, en cualquier lugar: 6 años de ternura y quebrantos, 6 años de girasoles y caídas, hospitales, tremenda oquedad de ciudades quemándose al atardecer. Arrojado fuera del vergel. Vagabundo por los caminos del Sur. PRIMAVERA NEGRA A la memoria de Eduardo Valdebenito (1935-2004) Las hojas de ese joven álamo, que una corriente impetuosa agita incesantemente con el mismo ímpetu que a los sargazos del marino lecho remece el soplo de Neptuno en los días de tormenta, son testimonio, inquietantes testigos, de aquello que perderás en tu vida -si llegas a cerrar la ventana del espíritu a los vientos, aquellos tercos venablos que el Deseo aguza y lanza por el mundo en pos de un blanco, una tierra que se haga llamar con propiedad Utopía; las hojas de ese joven álamo, verde tornasol, que hoy te seducen e inmovilizan con su agitación de cobras al llamado del pífano de la primavera, que señalan con estridencia la esterilidad de esta biblioteca y sus libros, además del angustioso desierto que reluce en los ojos de los yertos estudiantes, con su agitación verde, enfebrecida, verde como los tiernos pastos de la estepa a los que se asemejan / tus años, verde como esa patria derruida a la que ya no perteneces ni podrás / volver. Primavera negra: el galeote tiene los brazos y el ánimo cansados / de tanto bogar. Cansados de que el amor derive siempre en llanto, en llanto, y de observar a los distintos rostros del miedo dibujarse en cada espejo / por las tardes. De enloquecer con alcohol por culpa de la garrapata que se incrustó / en el alma zaherida. De envilecerse a sí mismo, transmutando la ternura de los cuerpos / en crueldad, la pureza de los besos en hipocresía. De ver a sus mayores morir de cáncer, y de que los primeros días soleados / no traigan sino albricias de dolor: un constatar los muertos en las páginas del oscuro obituario de la vida, un solsticio en vez de un equinoccio de sombras. De que las palabras no sean más que fuegos fatuos, aceite que se malgasta en lámparas cuya luz devora la niebla (aspirar, aspirar sólo a consumirse en el fuego del tiempo caníbal). De oír cómo las sirenas de las ambulancias rompen, una y otra vez, la tranquilidad de las noches humanas. De la miseria multiplicada por la miseria que contemplas desperdigada por la urbe y el mundo, verdadera Reina de los alacranes, la usura y el capital. De hallar la palabra traición escrita con sangre sobre / la frente de los hombres. De la cacofonía de las guerras y sus imágenes de mierda. Del puto señorío de las larvas. Primavera negra, ojos cerrados: las hojas de un joven álamo se deslizan como cuchillos por el aire cálido de octubre. Presientes el murmurar de los estudiantes, afanados de lleno / en el vacío de sus vidas: Concepción es una gaviota que se precipita en el mar. Y tú, fastidiado de la inocencia de los ángeles, de los vientos, de los álamos susurrantes, regresas a beber del veneno / de las calles. CONSISTORIAL ¿Y qué de los días de Consistorial?: arena en la cara y los zapatos, estrellas rabiosas, el cumpleaños nº 24 de la locura celebrado entre los ajetreos de un mar fiero, coronado de plumas enhiestas, como un pájaro enloquecido, entre el ulular paria del viento sobre la terraza y las sinuosas heridas en el cráneo de la conciencia que provoca el machetazo de un Mitjans y un Martini coaligados para el asalto. Asombro por la lenta combustión de un lucero en el firmamento, aerolito desbocado que se niega a devenir ceniza, y en su resistencia ilumina nuestras retinas como los faros de un Impala que arranca conduciendo a tres argonautas y una puta al magno desierto. Suave almohadón de las dunas, territorio de insectos. La voz de Mick Jagger repitiendo, una y otra vez, que el amor es como una música que viene y se va. Lecturas de poemas al borde del océano o cerca de una piscina transformada en reflejo del ocaso: crónica de Teillier forastero, Aragon y su licantropía contemporánea, la explosión de lava e imprecaciones, de argot y fuego que es Mario Santiago. El fantasma de Arturo Belano paseándose por los pasillos y nuestros sueños, cual padre de Hamlet por su castillo. Y desde el mascarón de proa de un alto promontorio, contemplar la eternidad del mar replegarse sobre sí misma, hora tras hora, arrobados, como si se exhibiera ante nuestros ojos un documental del Génesis y el Apocalipsis reunidos. Cofradía de cátaros, decididos a descifrar los jeroglíficos que la blancura inscribió con afilado punzón sobre las cosas, decididos a establecer su campamento en el prado de una habitación muy pronto arrasada hasta sus últimas raíces. ¿Y qué de los días de Consistorial? ¿Disueltos en la neblina de la vida postmoderna como transeúntes que se pierden tras el recodo de las calles? ¿Boyas arrastradas hacia el Mar de la Paranoia, el Mar de la Cesantía, el Mar de la Dispersión? ¿Leña para quemar en la gran fogata de la pedofilia, la prostitución, las argucias y sofismas con que seduce el poderoso?: No. Estos días son la savia que sustenta el crecimiento de los árboles, hoy ahogados por el invierno, la futura floración de una primavera todavía lejana. O los hitos que demarcan la ruta de un sudoroso y fatigado atleta, en la mitad de su carrera. En fin, fulgores de sangre en la noche de la que venimos y hacia la que vamos. EDAD PAGANA Cuando la fiesta termina, una pirámide de platos te aguarda en la cocina, hay botellas vacías sobre la mesa manchada y vasos a medio llenar por los cuatro puntos cardinales de la casa. Ceniceros atestados. La boca está cruzada por estrías como la tierra que tortura una prolongada sequedad y una sed malsana, terrible anida en ti, porque la carne es un pozo cegado por soles inclementes. El tiempo bombea nuevamente por nuestras arterias, circulará sin control por llameantes autopistas. Tendrás que volver a pagar los impuestos al Demonio de la sobriedad, su tributo cobrado en especias, oro y todas los metales invaluables del espíritu, las riquezas dilapidadas. De nuevo las preocupaciones, el viento de la mañana arrojándolas sobre la conciencia como a una legión de tábanos que arrastrara desde lejanas fronteras, cerca del desierto. La vida para erigir una castillo de naipes que el sencillo aleteo de una mariposa derrumba. De nuevo el cuerpo un ancla, un lastre que nos liga de una vez y para siempre a la ceniza. De nuevo el cuerpo, territorio cercado, amenazado por las mesnadas sin número de la Calavera. Las canciones de Bowie sueños, salvajes sueños de una edad pagana: cómo desearías escuchar Rebel, Rebel en tu discman, camino a la eternidad. La voluta sagrada del pensamiento deshecha, el alcohol esfumado de la sangre. Un soplo de Yahvé basta. Llamadas telefónicas perdidas. Ex-amigos, goletas que la noche hundió en sus profundidades. Cuadernos llenos de garabatos impublicables. El decálogo en que sobresale una ley: “Compra”. De nuevo el tiempo, una escudilla vacía que deberás llenar hasta el tope con trabajo, con ideas, con sonoras palabras, una lucha sin fin. Nada de espasmos, nada de risas, nada de iluminaciones conservadas. Abrazar cansado la Sombra. La fiesta termina y el resplandeciente horizonte que contemplabas, tan puro como un recién nacido, tan puro como las luces de la ciudad entrevistas en la madrugada, se oculta tras el espeso telón de la oscuridad.
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