Por RODRIGO OLAVARRÍA Suena a exageración decir que mientras escribo esta columna sobre el viaje voy sentado en un jeep que avanza por las rutas argentinas, pero es verdad, cada letra de lo que estoy escribiendo.
A mi derecha hay un lago cordillerano y a mi izquierda un bosque y la roca picoteada de un cerro cortado para trazar esta carretera, de dos pistas, como las rutas chilenas por las que viajamos de chicos. Somos cinco en este auto guiado por la experta mano de Jorge, nuestro sherpa y centro de gravedad, que nos cuenta de la erupción de un volcán que hace treinta mil años cubrió casi toda norteamérica con diez pulgadas de ceniza extinguiendo las variantes americanas del hipopótamo y el rinoceronte, entre otras. Vamos en un viaje a la costa del atlántico para vernos las caras con ballenas francas que a esta misma hora bailan frente a las costas de península Valdés con pingüinos, orcas, elefantes marinos y quién sabe qué otros animales.
Pareciera que los viajes deben tener un motivo, no necesariamente, pero pareciera que sí. Hace una hora estábamos sentados almorzando y la bella Ro dijo que este viaje era también su despedida y recordé brevemente Viaje a Darjeeling y el afán del personaje de Owen Wilson por crearle un sentido al viaje con sus hermanos siendo que, en realidad, el único sentido era el viaje mismo.
Lo que es yo, el año 1999 me encontré tres veces con Efraín Barquero, la primera fue en Puerto Montt en febrero, la segunda en marzo en Concepción y la tercera a fines de abril en una lectura en el barrio Bellavista. Me preguntó qué hacía en Santiago y cuando le dije que solamente estaba visitando a unos amigos me respondió que sólo de joven uno viaja sin motivo aparente y que no había ningún viaje mejor que esos. Desde mucho antes de ese día hago lo que puedo por viajar a la menor provocación.
De mis viajes, que no son todos los que quisiera, aprendí que viajar es exponerse y que esa exposición, al menos para mí, es provechosa. Que esa falta de lazos con el lugar que uno visita, no regala solamente anonimato y el universo paralelo sutilmente insinuado en los misteriosos nombres de las bencineras Aspro, las ferreterías Borgo y los servicios de gomería, sino también, todo el tiempo del mundo para observarse a uno mismo. Y tal vez ahí se encuentra el origen del concepto de jornada mítica o trayecto del héroe, en esa ausencia de vínculos en la cual cada acto pareciera configurar y redefinir al individuo. Visto de este modo, el regreso de un anciano a su ciudad natal para dar entierro a los restos repatriados de su padre, es decir, un viaje que tal vez no debería tener sobresaltos, puede convertirse en una situación desestabilizadora y capaz de revelar la verdadera identidad del viajero. Por su parte, Borges le atribuye al duelo, a la violencia, esa misma cualidad, la oportunidad de revelarle a un sujeto de una vez y para siempre qué clase de hombre es.
Mientras Paz teje un chaleco de lana para un corderito llamado Rocco y el Gatinho me confunde con su abuelo, tal vez porque duerme apoyada en mí, leo una novela que relata el viaje de un adolescente expuesto a todos los horrores que se puedan concebir y que es también el reverso del joven Perceval, el hombre piadoso que libra al rey pescador y recibe el santo grial.
Ambos comparten el haber dejado sus hogares para siempre sin saber que sus partidas significarían la muerte de sus madres. Puede que, de alguna manera, la jornada mítica se corresponde con huir de la madre y podríamos dar como ejemplo a Alejandro Magno, alguien que llevó este paradigma hasta las últimas consecuencias al conquistar prácticamente todo el mundo conocido y llegar más lejos de su madre de lo que ninguno llegó jamás. El poeta José Lezama Lima aprobaría lo recién expuesto diciendo: “Deseoso es el que huye de su madre” y Roberto Parra retrucaría cantando la canción Corazón de bandido de Críspulo Gándara.
Mañana, de amanecida, nos esperan novecientos kilómetros de pampa argentina, de carretera de dos vías, de leer e imaginar al dinosaurio carnívoro más grande que existió, el cual obviamente superaba en tamaño y ferocidad al Tiranosaurio y, por supuesto, vivió en la Argentina prehistórica. Novecientos kilómetros que nos separan de las ballenas francas, viajeras que circunnavegan el globo para parir en Península Valdés y nuestra propia estupefacción.
|
Rodrigo Olavarría |
| Acerca del Autor: |
| RODRIGO OLAVARRÍA Poeta y traductor. Nacido en 1979 en Puerto Montt. Fue becario de la Fundación Pablo Neruda durante 2001. Sus poemas han sido publicados en revistas como “Plagio”, “La Poesía, Señor Hidalgo” y “La Estafeta del Viento”. El año 2003 recibió una beca de creación literaria para escritores noveles del fondo del libro y la lectura. Ha publicado en las antologías “Quercipinión” (Ediciones Lar, Concepción, 2000), “(SIC)” (Valente Editores, Santiago, 2004), “Desencanto Personal” (Cuarto Propio, Santiago, 2004) y “Selección de Poesía 2005” (Fundación Nueva Poesía, Santiago, 2006). Es coorganizador de los encuentros latinoamericanos de poesía llamados “Poquita Fe” realizados en santiago los años 2004 y 2006. Ha realizado traducciones de la obra de Sylvia Plath, Lewis Carroll, Ezra Pound y otros, entre las cuales destacan “Aullido” de Allen Ginsberg (Anagrama, 2006) y “Madrid 1993” de Allen Ginsberg (Círculo de Bellas Artes, 2008).
|
Leer Más >> |
|