Por JAIME ALBORNOZ Oscar Hahn nos habla de su relación con el viaje, al ser un poeta viajero por obligación que detesta los aeropuertos y que rechaza invitaciones de otros lugares para no moverse de su casa.
El poeta iquiqueño miembro de la generación literaria de los 60 ha tenido que estar buena parte de su vida arriba de aviones, o en esperas eternas en aeropuertos internacionales que detesta, su viaje empezó cuando involuntariamente se tuvo que ir del país luego del golpe militar de 1973 para radicarse en Estados Unidos. Desde ese entonces Hahn se convirtió accidentalmente en uno más en la lista de artistas instalados fuera de la patria construyendo su obra poética en la ciudad de Iowa, donde vive hasta el día de hoy, enseñando literatura Hispanoamericana a los estudiantes gringos de letras, en la Universidad de dicha ciudad. Ganador del premio Casa de América de Poesía Americana en el 2006, el autor de “Mal de Amor” el único libro de poemas prohibido en la dictadura, repasa sus viajes como pasajero accidental y como han influido en su imaginario poético por donde desfilan pasillos de supermercado, amores modernos, televisores, rockeros suicidas y sopas Campbell.
¿Cómo fue para ti el primer viaje que hiciste a Estados Unidos cuando te tuviste que ir del país? Mi primer viaje a Estados Unidos fue en 1961, en un programa de intercambio estudiantil que había entre la Universidad de Chile y la Universidad de Texas. En 1971 fui invitado al Taller Internacional de Escritores de la Universidad de Iowa. De ahí me fui a Nueva York, a hacer estudios de postgrado. Pero las noticias que llegaban desde Chile eran alarmantes y decidí regresar. El golpe militar me sorprendió en Arica. Después de estar preso y de haber sido exonerado de la Universidad, me di cuenta de que era riesgoso para mí quedarme en Chile y me exilié en Estados Unidos. En lo emocional mi llegada fue bastante difícil. Estaba confuso y temeroso y casi todas las noches tenía pesadillas en las que me veía de nuevo en la cárcel.
¿Porque decidiste quedarte en Estados Unidos?
No es algo que uno decida, así de repente. Lo años van pasando, uno forma una familia, tiene una casa, un trabajo estable, y entonces ya no es fácil tirar todo por la borda y partir a la aventura. Además, la dictadura seguía vigente en los primeros años de democracia. Cuando la situación empezó a mejorar, hice planes para regresar, pero ninguna de las posibilidades de trabajo que me ofrecieron se concretó y yo no soy de los que parten con la familia sin tener algo seguro para todos. ¿Cómo ha influido el paisaje de Iowa en tu obra literaria?
Sin duda ha influido en aspectos sutiles que yo no percibo, pero también hay un impacto en poemas que tienen que ver expresamente con el paisaje y el clima de Iowa, como por ejemplo “Paisajes de invierno”, “Almendros”, “Grado cero” o “Noche y niebla”. En estos poemas, y en otros, la nieve y el hielo tienen un rol fundamental. Lo cual no deja de ser irónico, porque nací y viví muchos años en los desiertos del Norte Grande.
¿Cómo se filtran los elementos de la cultura pop de Estados Unidos en tu poesía?
Es evidente que la cultura pop de Estados Unidos ha penetrado en todo el mundo y forma parte de la vida diaria de las personas. Es lo que los expertos llaman “educación refleja”. Es decir, todos esos conocimientos que lo nutren a uno y que no forman parte del sistema educacional de un país. Por ejemplo, la música popular, el cine, la televisión, y hasta la ropa y la comida chatarra. Esos elementos están presentes en mis poemas. Es inevitable porque viviendo en Estados Unidos los recibo de primera mano. Hace poco apareció en España una antología mía que se llama Poemas de la era nuclear. se libro está centrado en todo esto. ¿Qué extrañas de Chile? Lo que más falta me hace es el calor humano de la gente común y corriente. Y también la comida. Echo de menos la comida chilena. Lo que uno come diariamente no es sólo un alimento físico, también es un alimento espiritual. Y si falta, es una carencia que afecta a la identidad cultural de uno.
¿Cuál es el viaje que de tu vida es el que más recuerdas?
Yo nombraría dos de muy distinta naturaleza. Uno fue un viaje a Lisboa que hice en el verano europeo de 2001. Fue un visita romántica, lo que hizo que el mundo exterior: las calles, las casas, los cafés, el paisaje, se impregnaran de esa relación. Pero el que recuerdo con más nostalgia y alegría es un viaje que hice con mis niños a las Bahamas en 1997.
¿Te gustan los aeropuertos, que sensación te provocan?
Una de las cosas que más detesto en la vida son los aeropuertos. Después del ataque a las Torres Gemelas todo cambió para peor. Para mí, viajar ya no es un agrado, sino una tortura. Cuando llego a mi lugar de destino me siento mejor, pero de sólo pensar que para volver tengo que pasar de nuevo por toda esa burocracia y por los humillantes controles de los aeropuertos, me deprimo. De hecho, he rechazado invitaciones a otras ciudades, simplemente porque me sentía mejor quedándome tranquilo en mi casa.
¿Qué lugar te gustaría visitar, al cuál no has podido conocer? El Caribe a mí me gusta mucho: el mar, los colores del paisaje, las frutas, el clima. No los típicos “resorts” que están llenos de turistas, sino esas islas pequeñas, casi despobladas, que no aparecen en los mapas y que escoden historias de piratas y de tesoros enterrados.
¿Qué influencia tiene los viajes en tu obra?
Muy poca, creo yo. No soy un “viajero” en el sentido clásico del término. Más bien soy alguien que se traslada accidentalmente de un lugar a otro. Soy una persona muy sedentaria y reservada y tiendo a sentirme mejor adentro de mi casa.
¿Qué significa para ti volver a Chile, que destacas de tu última visita al país?
Volver después de 34 años de ausencia, aunque haya estado aquí de visita muchas veces, es complicado. Cuando salía al extranjero antes del golpe y regresaba, sentía que volvía al mismo país. Ahora siento que sólo en parte es el mismo país y en gran parte es un país extranjero para mí, un país que no está en ningún mapa geográfico y tampoco está en mi mapa mental.
¿Al ser un poeta que vive en el extranjero cual es tu relación con la escena literaria de acá y la relación con tus lectores?
-Nunca me atrajo la llamada escena literaria. Esa “escena” tiene muy poco o nada que ver con la literatura. La literatura está en los libros, no en las reuniones sociales. Tampoco me gusta hacer presentaciones públicas. Cuando las hago, es por obligaciones que contraigo con alguna editorial o con algún amigo. A otros escritores les encanta todo eso, y está bien. No estoy criticando a nadie. Que cada cual haga lo que le gusta hacer. En cuanto a los lectores, me interesan mucho los lectores corrientes, aquellos que no son ni profesores de literatura ni escritores, porque tienen una relación con los libros menos contaminada.
¿Qué lees cuando viajas?
Casi no leo. Tuve una operación grave a un ojo y eso me arruinó la visión. El acto físico de leer es muy agotador para mí, más aun arriba de un avión. Lo que hago es escuchar música en mi iPod. Tengo una verdadera antología de composiciones favoritas, principalmente jazz y música clásica, que escucho durante el vuelo, y a veces también “escucho” algún libro.
¿Qué libro sobre viaje te gusta?
Peregrinaje a Medina y la Meca de Sir Richard Francis Burton. Es un relato fascinante que leí hace tiempo por recomendación de José Donoso. Pepe me contó en Iowa que estaba planeando una novela sobre este orientalista y explorador. Burton junta magistralmente la aventura de viajar con la aventura de escribir.
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